lunes, 18 de enero de 2010

ciudad del viento

Hace tiempo que pasó, el día ni la hora fue importante, pero si me acuerdo que respiré. Fue el oleaje de tu alma que me llamó a la vida, fue tu corazón claroscuro el que me llamó la atención y fuste tú, amor, él que sin querer me enganchaste a tus manos. Sí, fueron ellas las que dibujaron escalofríos en mí, y fueron ellas que sin sentir piel ajena entre tu tacto erizaron rincones recónditos de mi cuerpo.
Acompañó el momento, el sabor dulce de la noche que deslizó nuestros besos lentamente por mi interior, que removió mi corazón maltrecho y te devolvió en forma de amor todo aquello que me prestaste. No quisiste recibir nada ajeno de mi ánima descosida. Todos los besos que te regalaba era una entrega, entregada, a la sed que de nuevo la conquistaba, para más tarde echar por tierra aquello que en el viento dibuje como algo nuestro.
Son palabras ancladas, difíciles de comprender, pero yo se escudo del alma que aunque utilice los mismos verbos para tu razón de ser, no hay manera más acertada que sin ser, dejar de padecer por lo que de verdad no es. Pues entonces rompan sin parecer los momentos enganchados a tu piel, esos en los que tú y yo nos deshacíamos en una misma y única sensación, donde quedábamos pegados sin ton ni son. Donde paralizábamos relojes, vidas sin voces, voces ardientes en deseo, tú y yo éramos reos de eso que los locos que no entendían llamaban pasión. Era el momento de tus ojos con los míos, de tu piel mezclada con la mía, reventábamos en fuego de ser únicos en vida, y morir por ser el mismo.
Tantos momentos galopan rápido por mi mente, que asiduamente atacan en mí en forma de llantos profundos, de garganta congelada en un nudo, en recordar tu olor en mis sábanas impregnadas. Recuerdo cuando tus sentidos compartían rendición con los míos. Desde hace tiempo mi alma colgaba en la tuya, y mi corazón regalado en vena, latía únicamente por llamar de nuevo a tú puerta y lo abrazaras fuerte, susurrándole que jamás lo devolverías a la oscuridad.
Cuando el destino escrito en piedra dijo que no eras alma mía, sino alma mudable destinada a otras manos que no eran mías, lloré rindiendo esas lágrimas a esa libertad. Entraña libertaria, que adscrita a ella, dejaba de ser subscriptora de todo aquello que eras, y pasaba a ser observadora de tu corazón veleidoso.

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