Eran más de las tres, y andaba perdida caminando por la ciudad maldita, al lado de mi fracaso. Aposté a la nada y gané mi perdición ¿hasta cuando dejará de cobrar el destino todos los errores conmigo? Las sendas me llevaron a un bonito abismo, rodeado de dolor. La fragancia de tu recuerdo embriagaba mi mente en ese momento, seguí caminando mientras la brisa acariciaba mis mejillas, asomé la cabeza. Puñetero barranco. Me senté en la línea fronteriza del peligro y me burlé de él, asomé la cabeza sin miedo, pues en el momento que se encontraba mi vida me daba igual perderla que seguir con ella mientras lentamente la pena le daba muerte. Una bocanada de libertad azotó mis adentros, le dio la vuelta a mi corazón estrellado, y de repente corrí a esconderme al lado del llanto. Encajé pieza por pieza todos los momentos que me diste en el viento, se reconstruyeron mis imágenes en el horizonte, el silencio de tus palabras junto al mutismo de tus verdades hicieron en mí que galopara mi sin razón a la esquizofrenia bendita que me alejaba de la realidad que me rodeaba. Más débil que nunca te pedí clemencia, y más rota que siempre te supliqué cualquier rastrojo de tus besos.
Ya pasaban mas de las seis y era incapaz de levantarme, clavada en la orilla del abismo seguía recordando tu sonrisa, esa que me partía por mil trozos empapados de ti, esa que me llevaba a la locura y masticaba mi cordura. Me tenías agarrada en cuerpo y alma a tus manos, lo sabías y te aprovechabas de ello. Era imposible pensar en presente cuando ofuscabas todo mi pasado, me envolviste en las sábanas de tu dolor, y era imposible escapar de él. Era imposible escapar de ti. Me sentenciaste con tu mirada, me rompiste en dos, y te transformaste en mis sueños. Ya no era ninguna hora, era tu momento. Cerré los ojos y seguí al lado de la pena y el llanto.
martes, 19 de enero de 2010
Barranco
Publicado por Dodo Azul en 10:44 0 comentarios
Etiquetas: alma. abismo, barranco, ciudad, corazón, llanto
Pimienta
Pretérito imperfecto que nunca acaba, te miro y me rajas de arriba a abajo.
Me trastornas el mañana, y me ofuscaste el ayer. Oscureces mi alma... ¿Algo mas sabes hacer?
Cuando quieta me encuentro en mi cama, versan en mi cabeza preguntas que no son nada. Y es verdad, que las respuestas a mis cuestiones descabelladas no son otras que verdades que se esconden en muros de confusión, por no decir mentiras, corazón.
¡Que angustia, que situación más desesperante! Me esta matando la melancolía del último beso, me estoy partiendo por que seas de nuevo parte de mis huesos. Y te vas, fugaz. Efímero por la parte de atrás, sin dejar huella y con la puerta a medio cerrar. ¡Que cinismo! Mientras tanto, una lágrima más, a la colección que dejaste aquel día que te marchaste, amor.
Es enero, es domingo en mi corazón. Martes en el exterior. Y yo aquí postrada en el sillón de la desesperación, a mi alma le duele la cabeza, y mi cabeza se marchó a la vera de tu incomprensión. En mis adentros sigue siendo domingo.
Necesito pimienta, necesito sazonar mi vida con especias que no llamen a la muerte crepuscular de mis sentidos, necesito algo más que dolor en mis adentros. Sentenciosa pimienta, que escuece en el alma. Sigue siendo domingo por la tarde. Reflexiono y pienso. Acierto al decir, al decirte, que no se templarme cuando te miro a los ojos, no se calmarme cuando me atraviesas el alma. Tus palabras, el sonido de tu sístole y diástole, tu corazón empapelado de vacío, el latido de tu sentir, son hoy mis maneras de rendir. ¡Joder, que ganas de morir!
lunes, 18 de enero de 2010
ciudad del viento
Hace tiempo que pasó, el día ni la hora fue importante, pero si me acuerdo que respiré. Fue el oleaje de tu alma que me llamó a la vida, fue tu corazón claroscuro el que me llamó la atención y fuste tú, amor, él que sin querer me enganchaste a tus manos. Sí, fueron ellas las que dibujaron escalofríos en mí, y fueron ellas que sin sentir piel ajena entre tu tacto erizaron rincones recónditos de mi cuerpo.
Acompañó el momento, el sabor dulce de la noche que deslizó nuestros besos lentamente por mi interior, que removió mi corazón maltrecho y te devolvió en forma de amor todo aquello que me prestaste. No quisiste recibir nada ajeno de mi ánima descosida. Todos los besos que te regalaba era una entrega, entregada, a la sed que de nuevo la conquistaba, para más tarde echar por tierra aquello que en el viento dibuje como algo nuestro.
Son palabras ancladas, difíciles de comprender, pero yo se escudo del alma que aunque utilice los mismos verbos para tu razón de ser, no hay manera más acertada que sin ser, dejar de padecer por lo que de verdad no es. Pues entonces rompan sin parecer los momentos enganchados a tu piel, esos en los que tú y yo nos deshacíamos en una misma y única sensación, donde quedábamos pegados sin ton ni son. Donde paralizábamos relojes, vidas sin voces, voces ardientes en deseo, tú y yo éramos reos de eso que los locos que no entendían llamaban pasión. Era el momento de tus ojos con los míos, de tu piel mezclada con la mía, reventábamos en fuego de ser únicos en vida, y morir por ser el mismo.
Tantos momentos galopan rápido por mi mente, que asiduamente atacan en mí en forma de llantos profundos, de garganta congelada en un nudo, en recordar tu olor en mis sábanas impregnadas. Recuerdo cuando tus sentidos compartían rendición con los míos. Desde hace tiempo mi alma colgaba en la tuya, y mi corazón regalado en vena, latía únicamente por llamar de nuevo a tú puerta y lo abrazaras fuerte, susurrándole que jamás lo devolverías a la oscuridad.
Cuando el destino escrito en piedra dijo que no eras alma mía, sino alma mudable destinada a otras manos que no eran mías, lloré rindiendo esas lágrimas a esa libertad. Entraña libertaria, que adscrita a ella, dejaba de ser subscriptora de todo aquello que eras, y pasaba a ser observadora de tu corazón veleidoso.